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Encontrar el equilibrio justo entre empresa y sistema educativo probablemente sea uno de los principales temas de debate que peor se están conduciendo en nuestro país. En un momento en el que los medios de producción se han trasladado a otros países, y no del entorno, donde las perspectivas de futuro a nivel laboral son inciertas y, hasta cierto punto preocupantes; queda claro que el sector servicios y todo lo relacionado con él es el gran punto de mira del modelo económico.

Dicho esto, está comenzando a enraizarse un debate social en el que por un lado hay quien defiende una total desregularización del sistema en el cual las empresas entrarían a regular, curioso oxímoron, la forma de adaptación y actuación del sistema educativo; mientras por contra, en el extremo contrario se sitúan aquellas ideas en las cuales se ve a la empresa como, prácticamente, un lobo que acecha a su presa y por consiguiente se considera que la actuación del sistema educativo no tiene que prestar ningún tipo de atención ni a empresas ni a las necesidades del mercado. 

Este debate, que por supuesto tiene sus orígenes en un condicionamiento puramente político, como lo es todo en la vida, no tiene una solución clara y mucho menos única; puesto que se está tendiendo a una polarización destructiva que no atiende a lo que, a mi modo de ver, sería la opción a seguir; que la correcta unión de los beneficios y, por supuesto también, de las contraprestaciones que aporta cada uno de los modelos, puede ser la clave de una modificación a medio plazo de lo que debería ser el nuevo sistema educativo global.  

Centraré mi argumentación en el mundo de la tecnología educativa, en el cual actualmente desempeño mi función, como ese elemento empresarial que quiere, por supuesto, vender sus productos al gran mercado educativo. Intentaré no perder de vista el posicionamiento educativo, tanto desde la visión del centro educativo, como de la propia administración educativa; elementos ambos de los que también tengo conocimiento en lo que se refiere a su funcionamiento.

Desde los comienzos en los que la tecnología educativa se ve como un elemento o herramienta interesante, no diré imprescindible aún, en el mundo educativo, son muchas las empresas que han comenzado a producir dispositivos diseñados exclusivamente para este contexto, mientras otras se basan en comercializar  en educación los productos que ya tenían elaborados para otros entornos. A mi modo de ver, será esta cuestión sumada a otros factores, prácticamente inapreciable para muchas personas, la que determine a medio plazo el éxito de una inversión o el fracaso de la misma. De hecho, desde que se comenzó, la cifra asciende a miles de millones de euros en lo que a inversión tecnológica en los centros educativos se refiere. Si es cierto que estas cifras siempre deben tratarse y analizarse con cautela y exhaustividad, puesto que aún pareciendo cifras astronómicas, cuando analizamos la inversión realizada a nivel de centro educativo, podemos observar que la inversión en tecnología educativa es una parte prácticamente insignificante respecto a otros capítulos de gasto, libros de texto, fotocopias, material fungible, teléfono, gastos diversos de funcionamiento…

Desde estas empresas tecnológicas, se lanzan anualmente infinidad de nuevos dispositivos, que siempre prometen la mejora de los resultados académicos del alumnado, la aplicación de nuevas metodologías, la personalización e individualización del aprendizaje, entre otras bondades... Te encuentras decenas de ferias tecnológicas centradas ya puramente en el entorno educativo, en las cuales veo y observo a personas realmente profanas en la materia educativa que dictan actuaciones y formas de uso a miles de docentes. Escucho comentarios del tipo: “ahora sí, con esto sí que se mejora el aprendizaje“... aparatos, que últimamente llegan a cientos, a miles, puesto que la producción tecnológica se ha intensificado de una forma desorbitada. Aparatos, que en su gran parte son diseñados partiendo de una idea de lo que se conoce como el mundo del consumo, y que no conllevan por sí mismos una mejora del sistema educativo. 

Toda esta avalancha de dispositivos, de intereses puramente económicos, lo cual es muy lícito por parte de las empresas que los comercializan, hace que se generen reticencias a la hora de invertir en tecnología. Y estas reticencias muchas veces hacen que no se valoren adecuadamente todos los productos existentes en el mercado, muchos de los cuales sí se desarrollan teniendo en cuenta el mundo educativo, teniendo en cuenta las demandas del profesorado y, por supuesto, los aspectos pedagógicos y metodológicos que deben ser los que parametricen el funcionamiento de los dispositivos.

Llegamos al centro educativo y nos encontramos con una diversidad total en lo que se refiere a formas de ver la tecnología y su uso dentro del aula. Como muchas empresas no han tenido esto en cuenta a la hora de implementar sus campañas de venta, veo como muchos centros educativos cuentan con tecnología que no usan, en gran parte porque esa tecnología no tiene un uso pedagógico, aunque tenga un diseño espectacular, y por otro lado porque los docentes del centro no tiene los conocimientos suficientes para poder manejar dicha tecnología. Entramos aquí en el farragoso mundo de la formación del profesorado y la capacitación docente, tan de moda últimamente en los aspectos de definición de políticas educativas y que poco a poco se irá transformando en un “trending topic” de redes sociales y tertulias chabacanas en los medios actuales. Porque en breve veremos cómo la culpa del fracaso escolar del alumnado la tienen los docentes que no quieren formarse -qué fácil es opinar y sacar conclusiones cuando no se tiene ni idea de lo que supone ser docente en un sistema educativo como el actual-. 

Durante años el desembarco de tecnología en los centros educativos se ha visto definido por dos características, café para todos y tsunami tecnológico.

El café para todos. 

De igual forma que a un centro educativo le llega un mobiliario estándar, en orden de una mesa y una silla por discente, se asume la idea de que a todos los centros educativos que dependen de una misma entidad, le tienen que llegar los mismos avances tecnológicos, tanto en cantidad, como en tiempo. Esta actuación, que tiene su lógica, sin embargo deja de lado la idea de adecuación de los recursos a los distintos proyectos que se desarrollan en el centro, pero sobre todo, hace que la sensación de elemento necesario por parte del profesorado no se desarrolle al nivel adecuado. Tal y como demuestra el estudio Edtech Capabilities and Learning Outcomes, los centros en los que a la hora de tomar decisiones tecnológicas se tiene en cuenta la opinión del profesorado, son centros en los que sus docentes se sienten con una mayor obligación de utilización de esa tecnología. 

No quiere decir esto que un centro educativo pueda elegir como opción la “no” utilización de tecnología, sino que pueda tomar consideración en qué tipo de tecnología es más adecuada para el desarrollo de su proyecto educativo. También es cierto que hoy día puede haber determinado tipo de dispositivos que se consideran como base fundamental para el desarrollo y puesta en marcha de cualquier proyecto y eso hace que formen una especie de paquete básico que todos los docentes solicitan.

En el mismo sentido, y teniendo en cuenta la idea de ese “café para todos”, hay veces en las que ese modelo si pude funcionar, siempre y cuando se den determinados aspectos:

-Que la tecnología que llega al centro pueda funcionar como herramienta pedagógica que permita implementar metodologías óptimas con el alumnado. Si hablamos de tecnología hardware, que lleve asociado un software educativo que cuente con amplio espectro de posibilidades metodológicas.

-Que el claustro del centro vea y entienda las posibilidades educativas de esa tecnología, comprendiendo las nuevas acciones que podrá realizar a nivel pedagógico dentro del aula. Si simplemente tenemos tecnología para hacer lo mismo que hacíamos sin ella, no usaremos esa tecnología.

-Que exista un plan de formación que conlleve el correcto uso de la herramienta, pero sobre todo que muestre las implicaciones metodológicas y beneficios que aporta su uso.

-Que exista un plan de futuro y continuidad en los proyectos tecnológicos, a fin de poder establecer planes a medio plazo que permitan un uso continuado al alumnado durante su paso por las etapas correspondientes de cada centro educativo.

El Tsunami tecnológico.

No hay peor forma de desplegar un proyecto tecnológico que hacerlo de golpe y sin tener en cuenta los aspectos organizativos del centro educativo. No hay más agobio para un docente que salir de clase un viernes y que al volver un lunes te encuentres con que todo ha cambiado y que de pronto tienes que comenzar a utilizar diversos elementos tecnológicos, simplemente porque están ahí, sin más.

Todo proceso de implantación debería tener en cuenta varios factores a la hora de realizarse. No podemos realizar instalaciones de cualquier tipo sin antes haber preparado al claustro del centro, sin saber qué puedo hacer y cómo debo hacerlo, sin tener un plan de actuación pedagógica y sobre todo, sin tener un plan de futuro que englobe:

-Formación del profesorado. De choque inicial, y continuada durante el curso escolar. El profesorado debe ver la utilidad de las herramientas tecnológicas antes de comenzar a utilizarlas.

-Información a las familias. Tanto en momentos previos como durante el curso escolar.

-Implementación graduada del modelo tecnológico. Lo cual nos dará posibilidades de adaptación a corto plazo y una retroalimentación para definir la continuidad del mismo.

Y llegamos a la administración. Cuando hablo de administración me refiero a las diferentes consejerías de educación y departamentos, cuando hablamos de centros públicos; y a los entramados de dirección y coordinación de los centros privados. En cualquier caso, tanto en un caso como en otro, las acciones que estos entes desarrollan son muy parecidos, siendo las decisiones que tienen que tomar, muchas veces, idénticas.

La llegada de tecnología a los centros educativos siempre va precedida de un procedimiento administrativo que determina el tipo de tecnología, cantidades, tiempos de despliegue, métodos de adquisición, etc. El principal reto al que se enfrentan estas entidades no es a la dotación en sí misma, sino al correcto planteamiento y despliegue en sus centros educativos, sumado a los procesos de “aceptación” y capacitación de sus docentes.

Aquí, hay dos formas de actuar, totalmente diferentes y que van a condicionar totalmente el desarrollo de los distintos proyectos. Esto es debido realmente a la estructura organizativa que cada entidad tiene, pero que con independencia del sector público o el privado, casi siempre cuenta con el mismo esquema. Un departamento responsable de formación del profesorado, otro de políticas educativas o desarrollos de proyectos y un último departamento encargado de realizar los procedimientos de adquisición del material. En base a esto, las dos formas de actuar que mencionaba pueden responder a un modelo similar a este:

-Modelo A: Existe la idea de realizar dotaciones tecnológicas a los centros. Se analiza el mercado para ver la tecnología actual (normalmente el departamento de compras hace esta función), se realiza un procedimiento de adquisición, posteriormente se plantean acciones formativas para el profesorado.

-Modelo B: Existe la idea de realizar dotaciones tecnológicas a los centros. Se establecen las funcionalidades que debe tener la tecnología, qué aspectos metodológicos debe cubrir y qué elementos pedagógicos debe aportar. Se analiza el mercado para ver la tecnología actual (normalmente el departamento de compras hace esta función), se realiza un procedimiento de adquisición, se plantean acciones formativas para el profesorado con carácter previo al despliegue tecnológico y durante el mismo.

Como se puede observar, la diferencia entre ambos modelos no es mucha, pero al mismo tiempo es abismal. Normalmente cuando realizamos un planteamiento tecnológico en base al modelo A, lo único que prima en la adquisición de la tecnología es el aspecto económico, intentando llegar al mayor número de dispositivos (si es el caso) y al mayor número de centros. Por contra, no se tienen en cuenta qué mejoras metodológicas aportan las diferentes herramientas al aula, principalmente porque no estaban contempladas dentro del proceso. 

En el modelo B, el control de gasto y requisito económico sigue siendo importante (siempre lo tiene que ser), pero se establece como requisito que la tecnología debe dar respuesta a las demandas y necesidades metodológicas que se plantean.

La utilización de un modelo u otro siempre ha conllevado un debate interno dentro de las diferentes administraciones. El modelo A es más rápido, pero por contra pierde gran valor pedagógico. El modelo B, por su parte, es el que mayor valor pedagógico aportará al proyecto tecnológico que queremos implantar, pero por contra, es mucho más lento y en algunas ocasiones corre el peligro (si no hay una correcta coordinación) de dilatarse tanto en el tiempo que no se materialice.

En cualquier caso, la correcta sintonía de todos los factores que intervienen en el proceso de desarrollo de un plan tecnológico, las administraciones y entidades directivas, los centros educativos y las empresas de educación tecnológica; hace que los proyectos se puedan desarrollar en las condiciones más óptimas y que su implementación de verdad suponga un cambio significativo en el paradigma educativo que, como sociedad, tenemos la obligación de forjar. 

Y por otro lado estarán los lobos.