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Rescato esta imagen que estaba rodando por uno de los grupos de docentes de Facebook en los que estoy enrolado. Me ha resultado muy representativa de la realidad social que estamos viviendo y de las casuísticas, de muy diversa manera, que día a día docentes de todo el mundo ven dentro de sus aulas. Y es que ante la madre coraje que, como diría aquella famosa de la televisión “por mi hija mato“, se abre un abanico enorme de mala educación, de transmisiones que se dan desde casa, que se asumen como verdaderas por parte de los menores y que se transmiten de forma continuada en el contexto social en el cual el menor se desenvuelve. 

Ante este tipo de “Educación“, la escuela y por ende el sistema educativo, tienen la obligación moral, política y social de intervenir de una forma holística que permita el correcto desarrollo del menor y su crecimiento como persona miembro de un grupo social en el cual debe aprender a convivir.

Este hecho, que puede parecer lógico y claro, no se ve, de forma general, en nuestras escuelas. Aquí intervienen diversos factores, como suele ocurrir siempre nunca hay un único motivo por el cual se producen los efectos ocasionados; sino que es un compendio de situaciones, actuaciones, e incluso, mal haceres, que han venido conformando la sociedad que conocemos actualmente.
Ante los “a mi hijo lo educo yo“ deben anteponerse los derechos comunes. Porque casualmente, bajo mi experiencia, siempre que una familia me ha dicho eso, precisamente han sido los casos en los que menos educación, en su más amplio espectro de significado, han tenido. Por otro lado, lamentablemente, observo como de forma general no se atiende la educación en valores, la empatía, el comportamiento cívico, el respeto a los demás, la convivencia en un grupo social; priman, sin embargo, los contenidos, los saberes, las notas y la competencia, los retos y el ganar…

Los objetivos principales que todos los sistemas educativos actuales deben plantearse, son aquellos relacionados con el desarrollo del individuo como persona y ser social. En un momento en el que la tecnología está presente en las aulas, donde la inteligencia artificial ya comienza a aterrizar a nivel pedagógico y metodológico; es ahora cuando los docentes pueden recuperar el rol que nunca debieron haber perdido, si es que lo tuvieron, para formar humanísticamente al alumnado.

Los detractores de la tecnología en la escuela acusan a esta de todos estos problemas que estamos viviendo actualmente, pero se equivocan. Precisamente el maestro como transmisor de conocimiento, centrado única y exclusivamente en la impartición de materia, la realización de exámenes, el cumplimiento del temario, etc; es el principal motivo que ha llevado a la escuela a este modelo de deshumanización.

Insisto una vez más, ahora que la tecnología será la encargada de transmitir los contenidos teóricos al alumnado, es el momento en el que el docente debe cambiar su rol. Y no debemos asustarnos, recuerdo por ejemplo como mis alumnas y alumnos aprendieron a realizar operaciones de división viendo vídeos de YouTube, en ese momento yo no expliqué ni una sola cuestión teórica al grupo clase. Así, mi rol tenía funciones diferentes, como lo deben tener el rol de cada una y cada uno de los docentes que actualmente están en las aulas. Y no me refiero ahora a dinamizador, sino a actuar desde el terreno de las emociones, trabajando la empatía, el pensamiento crítico, el autocontrol, la resiliencia, la gestión de los cambios, la asunción de retos y fracasos; en definitiva, la función del docente es enseñar al alumno a saber vivir