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<<(...)esta versión de la ciudadanía de Marshall -evolucionista y distribucionista (Bottomore, 1992)- no es más que una brillante esquematización, hecha a la manera anglosajona, de la vieja idea de la resolución de la cuestión social que, desde finales del siglo XIX, venía gestándose en la mayoría de los científicos sociales continentales que veían en el Estado social la combinación adecuada de ciencia política y administración para desactivar el conflicto laboral abierto. La invención de lo social como concepto mismo se gestó, paralela e indisolublemente, al de la reforma social y al del ajuste orgánico, institucional y solidario de la división del trabajo. La institucionalización y desarrollo de la cuestión social se hacía exclusivamente desde la óptica de la sociedad salarial (de hecho, cualquier otro vínculo tradicional o comunitario se denigraba por su autoritarismo o su imperfección), y la consolidación de la modernidad se asimilaba a la creación de un Estado protector que regulara la función del trabajo y los derechos por él generados; dejando la propiedad patrimonial en un lugar de salvaguarda, pero ya no central ni exclusivo en el modelo de inserción social.>>

La crisis de la ciudadanía laboral. (Alonso, 2007)

Vuelven a salir a la palestra política conceptos de reforma económica, que realmente envuelven un deseo de retorno social. Pero nos encontramos ante una realidad económico-social que poco o nada tiene que ver con el modelo posbélico que se encontraba Europa en los tiempos del plan original. 

En todo este tiempo se ha gestado una Unión Europea que, con un mero origen económico, acogió rápidamente los deseos de muchos soñadores y utópicos, entre los que me encuentro, por un espacio abierto, sin odios, sin rencores, en los que se mostrase cómo la Europa que tanto daño se había provocado a sí misma, era una nueva Europa, con ganas de vivir y demostrar que todo era posible.

Nos enfrentamos estos días a un desmembramiento paulatino de dicha unión social, que no económica, porque los intereses de los mercados primarán en las acciones políticas que unos cuantos irracionales pretenden extender. El problema vendrá dado porque la disgregación y ruptura social irá calando, auspiciada por gobiernos localistas que ansían recuperar algo del poder que ellos mismos fueron cediendo en favor de la globalización económica; este proceso que, a mi modo de ver resulta un tanto antagónico, traerá grandes tensiones sociales, puesto que las obligadas reglas económicas forzarán reformas laborales que se implementarán de forma local, y no global. 

Veremos procesos de dumping fiscal y laboral entre países de la misma Unión Europea, entre regiones de un mismo país; los derechos laborales de los trabajadores de la Unión se verán sometidos a presiones enormes y serán ellos mismos quienes fuercen la pérdida de derechos adquiridos; envidias, miedos y recelos serán el campo de cultivo de nuevos modelos laborales que, seguramente, se están gestando ahora mismo en círculos que escapan a nuestro pobre conocimiento.

La desestabilización de la gran clase media europea es el primer paso, modelos de contrataciones externas a la empresa, falsos autónomos, externalización de servicios, disminución de plantillas, automatización de los procesos de trabajo, teletrabajo y deslocalización del empleado, son solo los primeros síntomas de un “divide y vencerás” que actualmente no se está gestionando debidamente. Vemos cómo los sindicatos cada vez pierden más fuerza, no ven el nuevo modelo venir, no se están adaptando a las necesidades y circunstancias actuales; vemos como la unión de la fuerza laboral, que nunca ha existido fuera de las grandes urbes, cada vez es más débil en los entornos donde se daba hace unos años; el fin de la clase media tal y como la conocemos ahora es una realidad, tal y como ya comenta Guilluy.

La cuestión no es cómo evitar esto, hay situaciones que no tienen posibilidad de retorno, por mucho que nos cueste y por mucho que nos duela; lo lamentable es que los diferentes gobiernos locales -y por local me refiero a cada núcleo que se denomina nación en este conglomerado de territorios que forman Europa- no son lo suficientemente disruptivos. Los planteamientos cortoplacistas, con metas a cuatro años -regidas por los tiempos electorales- no permiten actuar con acciones de desarrollo adecuadas y limitan el desarrollo social de la ciudadanía; prestándose al crecimiento desmedido de odios, que principalmente crecen en los entornos más desfavorecidos socialmente, pero que también calan en aquellos grupos sociales que se presuponen formados y con criterio propio. 

¿Qué será de Europa? Da igual, no importa, porque eso no es lo que debemos cuestionarnos. Lo auténticamente preocupante es qué será de los europeos. Cuando seamos capaces de anteponer los problemas de las personas frente a las cuestiones territoriales; cuando veamos seres humanos en lugar de banderas; ciudadanos frente a nacionalidades; entonces, quizás, estemos encontrando el camino.