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Cada vez que hablamos de trabajo colaborativo y trabajo cooperativo, me vienen a la cabeza mil y un escritos sobre el tema. Desde hace tiempo, y por diversas cuestiones, he tenido que documentarme sobre ello. Con independencia de no entrar ahora en la diferenciación entre colaboración y cooperación, creo que a grandes rasgos la idea de ambos conceptos casi todo el mundo la tiene como un sinónimo (no siéndolo). En cualquier caso, si nos centramos en los estudios ya clásicos de Jhonson & Jhonson, o si acabamos en cualquier manual de los más recientes que pudiésemos encontrar -el último lo adquirí hace un par de semanas en un evento de tecnología educativa, de Zaiquiey Biondi- en ninguna de esas publicaciones me encuentro con lo que a mi entender resume perfectamente la esencia del trabajo colaborativo, los donuts.

Sí, trabajar de forma colaborativa y cooperativa supone ser capaz de, cuando estás a punto de comerte el último trozo de tu donuts de chocolate, en ese momento, tienes que ser capaz de dárselo al “tocapelotas” de compañero que tienes en el centro, sí, ese al que no le darías ni los buenos días, pero estamos hablando de trabajo colaborativo y somos profesionales, por eso, darás tu último trozo de donuts a tal ser.

Sin embargo, allá por donde paso, me encuentro que en la mayoría de los casos cuando el “tocapelotas” entra por la puerta, nos metemos el trozo de donuts a presión en la boca, incluso sin dar tiempo a saborearlo tranquilamente, no sea que se lo tengamos que dar.

Se habla mucho de colaboración en el trabajo, de cooperación, de la necesidad de educar al alumnado a trabajar de esta manera. Pero, qué ocurre cuando llevamos nuestra genial idea al resto de compañeros y compañeras y no la aceptan, cuando comparto un documento en línea y al volver a verlo se ha modificado todo de arriba a abajo, cuando estoy en clase con otro maestro y este me interrumpe para hacer una matización a algo que yo he explicado (perfectamente)… ¿das tu último trozo de donuts?

Tus ideas son geniales, incluso puede que alguna de ellas sea perfecta, que sea la forma más correcta de desarrollar un proyecto en el centro, pero ocurre una cosa… tu idea realmente no sirve para nada si el resto del claustro no la siente como suya. Así, siempre es obligatorio que esa idea sufra una transformación, incluso que empeore, pero que sea una transformación fruto del consenso y el acuerdo de cada uno de los miembros que participan de ella. Solo de esta forma se trabajará con entusiasmo. 

Me encuentro muchos modelos de centros y de equipos directivos, incluso los hay en los que el equipo directivo no tiene problemas a la hora de proponer y ejecutar algo, el resto del claustro simplemente acepta la decisión, unas veces porque confían en ellos, otras por ser más cómodo en la planificación, otras por una gran dosis de persuasión. En cualquier caso, estas ideas realmente no sirven para nada. Incluso poniéndose en práctica, no se dará la pasión suficiente por el desarrollo del proyecto. Esa idea debía de haberse modificado, haberse cambiado de forma obligatoria. 

En definitiva, creo que incluso cuando no te piden tu último trozo de donuts, debes compartirlo.