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Determinar de qué forma influye y cómo afecta una acción educativa al alumnado, qué tipo de resultados se obtendrán y de qué manera influye esa acción en el futuro desarrollo del individuo, probablemente sea la cuestión que desde siempre educadores de todo el mundo se plantean a la hora de definir sus acciones. En cualquier caso y en muchas de esas situaciones nos encontramos con fundamentaciones teóricas y planteamientos que abarcan un espacio que se queda relegado, desde el punto de vista de muchos docentes, a la teoría; pero que no se ve desarrollado ni adaptado a la realidad educativa con la que estos docentes se encuentran. Como resumiría Mark Prensky, muchas veces el diseño instruccional está realizado para el libro, y el libro no es muy creativo. (Prensky, 2013).
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Mientras que nuestro sistema educativo no cambie antiguas concepciones de lo que es y debe ser la docencia, ya podrán aportarnos datos, tablas, comparativas y estudios; seguiremos estancados, de la misma forma en la que nos encontramos.
Un sistema que basa la progresión del alumnado en base a un examen, o exámenes finales, no aporta nada al desarrollo del individuo como ser social y persona que debe enfrentarse a una incertidumbre laboral, o no tanto, porque lo que va quedando claro es que la capacidad de reacción, resiliencia y adaptación al cambio; deberían ser una prioridad en la formación de nuestros y nuestras jóvenes.
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“Una de las tareas más difíciles es convencer a los profesores de cambiar sus métodos de enseñanza, porque muchos de ellos adoptan un método y lo van variando a lo largo de su carrera. Debido a la larga historia del uso de su método, frecuentemente los profesores cuentan con todo un corpus de vivencias anecdóticas que les sugieren que les ha funcionado; ¿por qué arriesgarse a cambiar lo que parece funcionar?”.
John Hattie, 2017.
La primera vez que leí el párrafo de Hatti, en su “Aprendizaje Visible”, lo enmarqué dentro del enfoque de una resistencia al cambio, una resistencia a metodologías más activas en las que el alumnado cobra mayor relevancia dentro del proceso educativo. Obviamente, este es el contexto al que el autor hace mención en su escrito, concretamente dentro del apartado “eligiendo el método”.
Si bien es cierto que esa resistencia existe, siempre ha estado ahí y seguirá estando, vengo observando cómo, debido a los avances tecnológicos y a la implantación de dicha tecnología en las aulas, se viene circunscribiendo esta “resistencia” a aquellos docentes que no utilizan la tecnología en sus aulas; mientras que a los docentes que sí hacen uso de ella, se les posiciona automáticamente dentro del grupo que está a favor de ese cambio metodológico, con todo lo que ello implica. En este sentido, no sé si por mi devenir docente; las ganas de probar acciones, herramientas y situaciones diferentes; o por las observaciones que realizo, tanto a nivel laboral como personal; tengo que decir que esta afirmación no es para nada cierta, tal y como se plantea. De hecho, en este post vengo a criticar esa “Resistencia al Cambio” que muestran muchos docentes usuarios de tecnología.
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Sentado delante de la pantalla, pensando, más bien escuchando, sin música, pero escuchando. O Fortuna, eso es lo que me llega hoy, supongo que, en base a esa música, así fluirán las letras. Llevo tiempo queriendo escribir, o al menos anotar, lo que ha supuesto este año. La retroalimentación siempre es algo que me ha gustado realizar, aunque probablemente nunca se tenga el tiempo suficiente para hacerlo de una forma pausada, pero hoy tenía que hacerlo, mañana hace un año que dejé La Torre, así que parece una fecha propicia para ello.
Paseando a Malú y Pirata es cuando me ha llegado la música, como suele ser habitual, de repente, aunque sé que es el efecto de la acumulación de sensaciones, la luz de hoy es especial, combina el sol primaveral con unas nubes cargadas de color que inundan la mente y la hacen fluir. Fluir, que bonita palabra, al escribirla aflora ese nombre tan complicado que siempre tengo que buscar para recordar exactamente la posición de tan enrevesada distribución de caracteres, Csíkszentmihályi, entrar en flujo, soñar en vivo, vivir en sueño. Esa es la sensación que solía tener cuando estaba en clase. Y no es que ahora no la tenga, todo lo contrario, pero hoy toca analizar un año entero desde ese momento. Abro iTunes, no siento la música con la misma fuerza, oírla de forma sonora en este momento me viene mejor.
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Análisis tras una experiencia diaria.
El contexto.
Trabajar con elementos digitales, ya sean contenidos educativos, herramientas y aplicaciones, redes sociales, etc. Tiene un gran inconveniente dentro del aula. Y no me estoy refiriendo ahora a cuestiones de seguridad, de aspectos metodológicos o de formación digital, me refiero simplemente a la necesidad de contar con dispositivos informáticos que permitan el poder utilizar todos estos avances.
Los centros educativos cuentan, en mayor o menor medida, con elementos informáticos para ser utilizados por el profesorado y el alumnado, pero, en ningún caso, estos dispositivos están en número suficiente para dar cabida a la cantidad de actuaciones que se pueden realizar dentro del aula. A esto hay que añadir el estado de conservación y funcionamiento de ordenadores de sobremesa y portátiles, la mayoría de los cuales cuentan con bastantes años de uso, y aportan un rendimiento relativamente escaso para los requerimientos de muchas de las aplicaciones que podríamos utilizar actualmente.