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Encontrar el equilibrio justo entre empresa y sistema educativo probablemente sea uno de los principales temas de debate que peor se están conduciendo en nuestro país. En un momento en el que los medios de producción se han trasladado a otros países, y no del entorno, donde las perspectivas de futuro a nivel laboral son inciertas y, hasta cierto punto preocupantes; queda claro que el sector servicios y todo lo relacionado con él es el gran punto de mira del modelo económico.

Con estas palabras comenzaba recientemente mi presentación en el II Encuentro de la Red de Gestores de Formación Corporativa de las Universidades Públicas Españolas, concretamente lo hacía mostrando el título de la ponencia y con un discurso parecido a lo siguiente:

2019 10 26 00

“Buenos días, soy José Luis Castaño y, la verdad, no sé que hago aquí porque la universidad no sirve para nada. Bueno, o por lo menos no va conmigo, es aburrida, realmente para lo que hago allí como estudiante, pues me veo un vídeo en YouTube y termino antes. Sinceramente, creo que es una pérdida de mi tiempo el que gasto cada vez que llego a clase y tengo que escuchar hablar al profesor de turno”.

Podemos imaginar las expresiones de los presentes, aunque, lógicamente, sabían de sobra que lo que buscaba era captar su atención; pero, realmente, y era mi intención real, esta idea es la que tienen miles de estudiantes universitarios hoy día. La idea de estar perdiendo el tiempo en las aulas, la idea de que lo que ganan yendo a clases lo pueden hacer de igual forma por otras vías… Esta es la realidad que tenemos en múltiples casos. Realmente cualquier lector coincidirá conmigo y con las respuestas que los asistentes al evento en cuestión me transmitieron, en que ellos también han escuchado afirmaciones parecidas. Afirmaciones que no solo se centran en la universidad, sino que se empiezan a dar en los institutos, lugar en el que una parte del alumnado acaba totalmente desconectado, las cifras están ahí en lo referente al abandono escolar temprano, que por cierto no se refiere como mucha gente piensa a que se abandonen los estudios antes de la finalización obligatoria, sino a la no consecución de una titulación post-obligatoria, pero ese es tema para otro debate paralelo. Quiero centrarme ahora en esa idea, en la que muchas y muchos adolescentes tienen respecto a la educación. Mi universidad, mi instituto, mi “insti” no sirve para nada.

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Comienzo la lectura del último informe de la OCDE sobre el futuro del mundo laboral. Nada sorprendente inicialmente respecto a lo que ya se sabe, viene siendo una progresión en los aspectos de la automatización laboral y el envejecimiento de la población. Todo ello se traduce en una necesidad de cambio, adaptación y formación de la población laboral sin precedentes.

Como viene siendo habitual, estas lecturas siempre se conectan en mi mente con la casuística educativa, la realidad escolar y el deseo de lo que debería ser. El informe lo deja bastante claro, el 14% de los trabajos actuales sufre un alto riesgo de automatización (sí, un robot te sustituye), el 32% se transformará radicalmente; 6 de cada 10 adultos no cuentan con las destrezas digitales necesarias para el desempeño de un nuevo puesto de trabajo... todo ello unido a un conjunto de alertas que llevan tiempo sonando, pero que, como en muchas otras ocasiones, pasan desapercibidas para la sociedad, al tiempo que los gobiernos las escuchan en forma de letanía constante y, como tales, no calan, sino que se acompasan de un lento caminar administrativo que quiere pero no acaba de afianzarse.

Lejos de querer entrar en debates estériles sobre la idoneidad o no de la digitalización de la enseñanza, siendo consciente de la necesidad de no perder los valores humanísticos en la escuela, sabiendo de la necesidad de la práctica científica por parte del alumnado, viendo mi propia vida y desarrollo profesional; sé que solo me basta con mirar a mi entorno para saber que lo llevamos jodido.

El correcto uso de la tecnología y la puesta en práctica de metodologías adecuadas es el aspecto fundamental para obtener los mejores resultados.

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Que la utilización de ordenadores y tecnología dentro del aula, hasta la fecha, no mejora los resultados del alumnado, es un aspecto contrastado que, aún siendo cierto a rasgos generales, conlleva a confusión y puede que incluso sirva como arma arrojadiza entre los defensores y detractores de la tecnología dentro de los centros educativos. Y es que probablemente cada vez que se incluye una nueva tecnología en cualquier ámbito, lo primero que se comienza a realizar es utilizar esa nueva herramienta para un proceso que ya se venía realizando con herramientas más antiguas, que ya servían de sobra para el proceso en cuestión. A modo de ejemplo, si introducimos ordenadores o tabletas para el alumnado, con el único objetivo de acceder a un documento escrito, tipo PDF, que es idéntico al documento que ya está usando el alumnado en sus libros de texto, ¿qué estamos aportando al aula? Probablemente solo estemos añadiendo inconvenientes, porque para comenzar a leer la página 28 de ese documento, en el libro es tan sencillo como situarlo en el pupitre, abrirlo y buscar la página. Con los nuevos dispositivos, además de abrir el PDF, o libro digital, y buscar la página deseada, tengo que añadir aspectos como encender la herramienta, que esta tenga la suficiente energía, que tenga conexión a Internet si el documento está en línea, etc. 

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Corre por las redes una nueva cadena consistente en mostrar dos fotografías, donde se muestre nuestro rostro con diez años de diferencia. Confieso que me ha llamado la atención y que sí, he visto fotos de hace unos años… mismo peinado, mismo afeitado, incluso he podido comprobar como aún conservo algunos objetos materiales que me han traído, por cierto, muchos buenos momentos. En cualquier caso, como siempre una cosa lleva a la otra, y dado que me veo en ese momento de la vida en el que, como se suele decir, te encuentras en una edad indefinida, incluso cuando ya ni de Facebook te puedes fiar a la hora de ver la edad de tus contactos, me ha dado por pensar y examinar qué otras cosas e imágenes que no sean rostros podrían mostrar nuestra imagen, lo que somos, lo que éramos, lo que pensábamos, y cómo esas ideas evolucionan, maduran y se transforman.